Paraísos fiscales: ¿Un nuevo mapa del dinero off-shore ?
Señalados como los nuevos villanos de la economía global, tras la cumbre del G-20 los refugios impositivos están en la mira de los líderes mundiales, que ahora quieren regular la banca en las sombras. Cuánto hay de cierto y cuánto de mera declamación política. Por qué muchos escépticos aseguran que nada cambiará
Por Juana Libedinsky
Domingo 5 de abril de 2009 | Publicado en edición impresa
GINEBRA
Al llegar al aeropuerto de esta ciudad hay una enorme cantidad de carteles publicitarios que ofrecen relojes, típico producto local. Todavía quedan unos cuantos avisos de marcas de lujo que buscan tentar al viajero con agujas de oro y números en piedras preciosas, pero los que más se repiten son unos que publicitan relojes hechos con los restos del Titanic. ¿Símbolo de los tiempos, quizá, ante la posibilidad de un dramático naufragio de otra de las industrias que definen a Suiza, la del secreto bancario?
Muchos lo sienten así. Los diarios ya hablaron de «días desesperados» para la Confederación Helvética y todos los paraísos fiscales. Nunca antes las principales potencias mundiales se habían unido en su determinación para poner al descubierto el sistema bancario que opera en las sombras. Obama, Merkel, Sarkozy, Brown e incluso Lula coincidieron en los últimos días en poner a los paraísos fiscales como el villano de la película frente a la crisis económica actual. Una de las medidas anunciadas como un triunfo de la cumbre del G-20 que concluyó el jueves en Londres fue, justamente, la confección de una temida «lista negra» de países poco transparentes. Brown, el dueño de casa, dijo que esto, algo imposible de imaginar tan sólo «tres o cuatro meses atrás», permitirá que «la era del secreto bancario llegue a su fin». El mundo parece estar en alerta: rápido de reflejos, por ejemplo, Tabaré Vázquez declaró que «Uruguay no es ni será un paraíso fiscal».
Es que los paraísos fiscales se han vuelto el Bernard Madoff de la economía internacional. El perfecto chivo expiatorio en medio de la crisis. Sin embargo, hay quienes los defienden asegurando que sus beneficiarios no sólo son multimillonarios recubiertos en joyas que parecen reirse en sus yates del resto de los mortales, que deben pagar sus impuestos mientras ellos logran evadirlos.
Daniel J. Mitchell, especialista en impuestos del think tank Cato Institute y autor de The Flat Tax: Freedom, Fairness, Jobs, and Growth , dijo a LA NACION que en algunos casos incluso tienen una justificación moral, como protección de la privacidad frente a gobiernos abusivos, y señaló que han contribuido a que muchos países del mundo bajen sus impuestos a fin de mantenerse competitivos.
Para otros, en cambio, todo el debate sobre los paraísos fiscales es poco más que un ejemplo de «mucho ruido y pocas nueces».
«Estamos frente a un caso de típica retórica política, una forma de alejar la atención del público de los temas que realmente tienen que ver con la crisis económica e intentar que parezca que estas reuniones de líderes mundiales sirven para algo», señaló John Kay, fundador de la escuela de negocios de la Universidad de Oxford y autor (junto a Mervyn King, actual presidente del Banco de Inglaterra) del libro El sistema impositivo británico .
«Pero la realidad -dijo Kay a LA NACION- es que los paraísos fiscales sólo existen porque las grandes potencias lo permiten, y si quisieran éstas podrían ponerle presión eficaz en cualquier momento. No lo han hecho y no lo harán mientras los individuos y las corporaciones más ricas de los países más ricos se beneficien de ellos».
Aun así, es notable el hecho de que, en los últimos dos meses, hayan firmado una importante cantidad de tratados sobre información impositiva países como Liechtenstein, Singapur, Suiza, Austria, Andorra y Bélgica, entre otros, interesados ahora en atenerse a los protocolos internacionales. Días atrás, además, los territorios de Isle of Man, Jersey y Guernsey firmaron acuerdos con Francia, Alemania e Irlanda. Pero el caso que mayor repercusión tuvo fue, naturalmente, el de Suiza. A principios de marzo, la Confederación Helvética acabó con siglos de secreto bancario al abrir la posibilidad de establecer acuerdos bilaterales de información con algunos países ricos.
Además, con gobiernos con las cuentas en un rojo incandescente luego de financiar planes de salvataje a empresas y bancos en dificultades, «no hay ministro de economía que no esté alerta a los 11,5 trillones de dólares que, se estima, se ocultan en paraísos fiscales, cifra que podría traducirse en 250 mil millones de dólares de impuestos», según estimó el diario británico The Guardian .
Algunos observadores calificaron de hipócrita la actitud de EE.UU. y Gran Bretaña. «Estados Unidos funciona, de hecho, como un gran paraíso fiscal para los no residentes y ofrece secreto en gran escala a las corporaciones que se establecen en estados como Delaware; Gran Bretaña tiene sus propios paraísos fiscales en las Islas del Canal y sus territorios en el Caribe, mientras que la legislación impositiva para no residentes permite a los multimillonarios del mundo entero no pagar impuestos sobre una buena parte de sus ingresos», dijo Kay.
Algunas señales de cambio en las reglas de juego ya pueden verse: poco después del escándalo de evasión fiscal del gigante suizo UBS, ciertos bancos helvéticos ordenaron a sus altos ejecutivos que no viajaran al exterior porque temían que fueran arrestados a raíz de ciertas investigaciones de evasión fiscal que están realizando EE.UU. y Europa. Días atrás, relató The Guardian , un periodista suizo se hizo pasar por un inversor con tres millones de dólares de ingresos por los que no había pagado impuestos y fue a ver administradores de patrimonio en cinco bancos. Cinco años atrás el periodista había hecho el mismo truco, y todos los bancos le ofrecieron, entonces, consejos sobre qué hacer para asegurarse de que esa pila de dinero se mantuviese intacta. Esta vez, en cambio, uno solo lo hizo.
Pero, contra viento y marea, los paraísos fiscales tienen sus defensores: quienes consideran que son muchos más los que se benefician con ellos que lo que usualmente se supone.
Mercados fiscales
«Para quienes viven en un país desarrollado, en la mayoría de los casos los impuestos son mucho más bajos hoy que hace 30 años, gracias, en parte, a la competencia que ofrecen los paraísos fiscales. Los gobiernos se han dado cuenta de que es mejor bajar los impuestos y ser competitivos que dejar que las inversiones y los puestos de trabajo crucen las fronteras», dice Mitchell.
«Segundo -añade-, para quienes viven en países en vías de desarrollo hay incluso un argumento moral a favor de los paraísos fiscales, ya que pueden ser un resguardo para personas bajo persecución política, religiosa, racial o étnica. Además, las personas con bienes materiales son frecuentemente el blanco de gobiernos opresivos y la habilidad de colocar dinero en paraísos fiscales ofrece una importante protección a estas potenciales víctimas».
Evadir impuestos es, de hecho, sólo una de las razones por las cuales alguien puede decidir depositar su dinero off-shore . Los suizos suelen subrayar que sus leyes de secreto bancario fueron establecidas en 1934, en parte para proteger a los judíos alemanes y a los gremios de los nazis. Más recientemente, «la inflación, la corrupción política y el crimen sin control han sido otras de las razones por las cuales algunos prefieren depositar su dinero fuera de su país, como tantos sudamericanos sabrán», observó el Financial Times .
En el caso de la Argentina, Mitchell asegura que el país «no tiene el poder para presionar a los paraísos fiscales y conseguir tratados bilaterales de información».
¿Y que ocurriría si los argentinos que tienen su dinero en paraísos fiscales deciden ahora, ante las noticias que leen, sacarlos de allí? ¿Adónde irá a parar este dinero? «Posiblemente a bancos en Miami, ya que por historia y ubicación geográfica los latinoamericanos ven más accesible a EE.UU. que a otros países. Y EE.UU. es, de hecho, un paraíso fiscal para extranjeros», dice Mitchell. Vale decir que, pese a las medidas de estímulo para la repatriación de capitales, este especialista en impuestos duda que los fondos vuelvan al país. «Mucha gente sintió que el Gobierno se apropió de su jubilación y hay temor al default, con lo cual no hay confianza», sostuvo. Otros señalaron que una dificultad radica en que por la manera en que está instrumentada, la repatriación es factible para personas fìsicas y sociedades que cotizan en bolsa, pero no para sociedades anónimas que no cotizan.
Mitchell sostiene que los paraísos fiscales grandes o los países grandes que se comportan como paraísos fiscales serán menos afectados por los cambios que ahora se impulsan, mientras que los paraísos fiscales más pequeños se verán en mayores aprietos. Entre los primeros, menciona a EE.UU., Singapur, Hong Kong, Luxemburgo, Austria y Suiza. Entre los segundos, a San Marino, Bahamas, las Islas Vírgenes, las Islas del Canal y una serie de pequeñas islas del Caribe y el Pacífico.
Ante la misma consulta, Kay estimó que posiblemente salgan perdiendo y tengan que reajustar su imagen los paraísos fiscales que se vieron particularmente manchados con ciertas historias. Por ejemplo Liechtenstein (de donde recientemente se vendió una lista robada de un banco de nombres de evasores que el gobierno alemán, en un gran escándalo, compró y compartió con EE.UU.), Turks y Caicos y Monaco. ¿Quiénes saldrán ganando? «La clave para un paraíso fiscal es mantenerse en parte a la sombra pero a la vez dar la imagen de estabilidad política y suficiente honestidad, y como la gente confía en los británicos en ese sentido, pueden quedar bien parados los territorios vinculados a Gran Bretaña», dijo.
Consultado en su despacho de Londres, Fernando Scornik Gerstein, autor de The future of taxation y El poll tax y la caída de Margaret Thatcher , alertó sobre el uso del término «paraísos fiscales», que puede significar distintas cosas según el caso a pesar de las definiciones que ofrecen distintas entidades. «La Unión Europea, por ejemplo, tiene paraísos fiscales en su seno como la zona especial Canaria o Madeira. Es un término un poco confuso porque hay lugares que permiten la entrada de fondos extranjeros con secreto y a bajo nivel impositivo, pero para fines determinados y no para guardar dinero negro».
El caso Uruguay
En efecto, si bien los elementos centrales de la definición clásica de paraíso fiscal son impuestos muy bajos o inexistentes, secreto bancario, falta de transparencia y negación o recelo a la hora de intercambiar datos impositivos con otros países, esto se da en grados muy distintos según el país. Algunos incluso argumentan que cualquier país que modifica su tasa impositiva para atraer fondos extranjeros puede ser considerado un paraíso fiscal.
Uruguay, por ejemplo, un refugio tradicional para muchos argentinos, fue incluido por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en la lista de «jurisdicciones» que «no se han comprometido» en la implementación de «los estándares impositivos acordados internacionalmente» en 2004, y que buscan el flujo de información fiscal. En la misma lista hace una diferenciación entre las «jurisdicciones que han implementado sustancialmente» lo acordado; las «jurisdicciones que se comprometieron» a adoptar los estándares «pero aún no los han implementado sustancialmente», la de los denominados «paraísos fiscales»; «otros centros financieros», y los que «no se han comprometido» todavía a intercambiar información, donde se coloca a Uruguay, cuyo gobierno rechazó esta calificación.
Aunque hay ciertas cosas que no se tocan: el precandidato frenteamplista José Mujica declaró días atrás: «Yo me lo banco al secreto bancario, por necesidad de mi pueblo. Pero que no me lo vengan a plantear con aire de prócer. Esto es una joda que la tenemos que bancar para que haya guita en la caja. Es una joda total; si se matan tanto porque es secreto, es por algo». Cuando Mujica lanzó su idea de negociar el secreto bancario, el también precandidato oficialista Danilo Astori primero y el presidente Tabaré Vázquez después salieron a criticarlo.
Scornik agregó que «acabar con los paraísos fiscales sería acabar con el capitalismo, y no se ve un interés en acabar con el capitalismo».
«Culpar a los paraísos fiscales de los problemas actuales -dijo- es confundir la fiebre con la enfermedad. Los abusos son consecuencia de un sistema que permite la especulación con los valores del suelo urbano y suburbano, que tolera la corrupción y el afán desmesurado de lucro a fuerza de prebendas y comisiones ilegales. Eso es lo que hay que combatir».
LA NACION dialogó también con Richard W. Rahn, ex vicepresidente y economista jefe de la Cámara de Comercio de EE.UU. y ex miembro del directorio de la Cayman Islands Monetary Authority, que regula el mayor centro financiero off-shore del mundo. Para él, justamente, «regulación» es la palabra clave. «Las jurisdicciones con impuestos bajos mejor reguladas, como Suiza, Caimán o Jersey, saldrán bien paradas. Las que no se autorregulan tan bien, como algunas islas del Pacífico, estarán en mayores dificultades».
Rahn asegura que sabe de lugares en Medio Oriente y Asia que están contemplando la posibilidad de convertirse en los nuevos paraísos fiscales. «Mientras haya demanda para jurisdicciones de baja tasa impositiva, la oferta aparecerá».
Consultado sobre las acusaciones de que los paraísos fiscales sirven para esconder dinero de los gobernantes corruptos, la mafia y el narcotráfico, Rahn señaló que, por supuesto, no todos los hombres son santos, pero recordó que tampoco todos los gobiernos que exigen los datos lo son. «Además, antes de todo esto, en la mayor parte de las jurisdicciones de bajo nivel impositivo ya existían tratados de intercambio de información para casos de causa probable.»
Según Rahn, se ha hecho de los paraísos fiscales los chivos expiatorios de la actual crisis. Pero «estamos hablando de lugares que, en su mayoría, ya han firmado tratados al respecto, están muy atentos y realizan sus propias investigaciones». Incluso un caso como el de Bernard Madoff no podría haber ocurrido en Suiza o Caymán, dado que exigen auditoría externa. «En muchos sentidos, algunos de estos lugares están mejor regulados que Wall Street o la City londinense».
En sintonía con esto, y bajo el título «Las grandes economías miran a los paraísos fiscales extranjeros, pero mayores abusos pueden estar ocurriendo fronteras adentro», The Economist publicó un experimento realizado por Jason Sharman, un politólogo de la Universidad Griffith, de Australia. Apenas armado con un presupuesto de 10.000 dólares y Google, demostró cuán fácil era armar cuentas bancarias secretas en las principales economías del mundo -en particular en aquellas que más vociferaron su interés por poner sanciones a los paraísos fiscales en la reunión del G-20-. «Los ejemplos más egregios de secreto bancario, lavado de dinero y fraude impositivo no se encuentran en remotos valles alpinos o soleadas islas tropicales, sino en el patio trasero de las grandes economías del mundo», concluyó la revista.
En algunos casos Sharman armó sus compañías con apenas una copia escaneada de su licencia de conducir. Pero al intentar hacer lo mismo en Bermuda y Suiza, se le pidió una larga serie de documentos.
Kay, ex director del Instituto de Estudios Fiscales de Gran Bretaña y columnista del Financial Times , tiene una casa a pocos kilómetros de las de muchos millonarios de Montecarlo. «¿Si he visto señales de pánico? Ninguna. Nadie cree que vaya a haber grandes cambios».
Será cuestión de esperar a ver si realmente la industria del secreto bancario y los impuestos bajos estaba a bordo del Titanic, como sostienen unos, o si, como sostienen otros, simplemente navegaba un frente de tormenta que rápidamente se disipará.
© LA NACION
Una retórica ambigua e inoperante
Juan Félix Marteau
Para LA NACION
Los tax havens -puertos o refugios, más que paraísos fiscales- nacieron en los albores de la modernidad mercantil como lugar de reparo de piratas y escondite de sus botines. Este origen non sancto ha operado como la falta moral sobre la que la crítica basada en la ética de los negocios y la transparencia de las finanzas ha retornado en cada crisis del capitalismo, en particular, luego del esplendor que estos territorios alcanzaron en estas últimas dos décadas, no sólo como promotores de beneficios fiscales para las inversiones globales, sino también como receptores de bancos fantasmas y sociedades pantalla y, por lo tanto, como soporte sofisticado de un capital nómade absolutamente desnacionalizado y desregulado.
A partir de 2000, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos , con su política de acuerdos fiscales globales, y el GAFI, con sus acciones contra el crimen financiero, han sido los portavoces de esta reserva moral: el oprobio se manifestó a través de listas negras, evaluaciones e infinitos informes.
Pero esta retórica ha sido siempre ambigua y, en general, inoperante: el lazo entre las plazas off shore , la evasión, el lavado de dinero y, más tarde, la financiación del terrorismo, encubre o disimula la compleja lógica del capitalismo transnacional y, en particular, su núcleo operativo: la maximización de los beneficios financieros requirió siempre de un sistema económico parcialmente opaco. Lo atestigua el hecho de que los paraísos más importantes sean controlados desde Wall Street o Londres, y también que los principales bancos del mundo hayan instalado allí un supermercado financiero y que muchos conglomerados económicos de los países centrales realicen en estos lugares todas las operaciones que no pueden realizan on-shore . Ello sin considerar el nivel de inversiones directas que reciben -según algunos análisis, estas superan el 15% de las inversiones globales- y la cantidad de diversos y extraños hedge fund que allí han germinado. Todo ello implica el paso por estas plazas de cerca de un trillón de dólares.
La estabilidad financiera, invocada en la Cumbre del G-20 como nuevo motivo de ataque de los tax haven, revela que el principal problema no es la ilicitud de las prácticas de evasión o del crimen organizado, sino la imposibilidad de los gobiernos de controlar la circulación de una masa exorbitante de activos que se tornan críticos por el solo hecho de que se mueven según la dinámica de la pura especulación, con capacidad de desestabilizar cualquier economía. Aquí puede hallarse la principal paradoja de esta interesante historia, porque es en su propia oscuridad donde el sistema capitalista encuentra la posibilidad de conocer mejor los peligros que lo acechan: el desarrollo de la inteligencia financiera que permite saber casi todo sobre cuentas, clientes y flujos de capital, tornando una ficción los secretos bancarios y fiscales, podrá echar algo de luz sobre estos reservorios negros de dinero. Pero esto augura -más que su extinción- su pronta reconversión en un instrumento más funcional a las exigencias actuales.
El autor es profesor titular de la UBA. Se especializa en criminalidad e inteligencia financieras