LA BRUJULA
Por Ricardo Vanella, especialista en Posicionamiento Estratégico y Marketing Internacional
Ex becario IVP
En una fresca mañana neoyorkina de mayo de 1992, fue adoptada la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, esencialmente para crear conciencia pública -a escala mundial- de los problemas relacionados con el medio ambiente.
El Artículo 1, párrafo 2 de dicha Convención, determina que, por «cambio climático», se entiende un cambio de clima atribuido directa o indirectamente a la actividad humana, que altera la composición de la atmósfera mundial y que se suma a la variabilidad natural del clima observada durante períodos de tiempo comparables.
En 1992 ya hacía varios años que ciertos científicos, filósofos y visionarios venían advirtiendo acerca de potenciales complicaciones ecológicas en el futuro; pero tanto ellos, como algunos miembros de las comisiones especiales de las Naciones Unidas dedicadas a esos temas -y prácticamente cualquier hijo de vecino que hablara de ello- eran por muchos percibidos como excéntricos, cuando no como una rara mezcla de sospechosos alarmistas. Muchos años más tarde, volvería a confirmarse esa frecuente tozudez humana, que da cuenta de la caída sólo al momento del choque: la transformación climática hoy ya está instalada, en franco y preocupante desarrollo.
Las características naturales del extenso territorio argentino, hacen de este país un enclave global estratégico de agua y comida, más allá de la vernácula distracción, en su salpicón diario de sainetes desafinados. El cambio climático -principal desafío ambiental que enfrenta la comunidad internacional- nos afecta de manera muy directa y específica, debido a las perturbaciones y a la severidad de sus efectos sobre los sistemas que dan soporte a la vida humana.
La magnitud de las modificaciones sistémicas que se produzcan dependerá en parte de la evolución mundial de las emisiones de los gases de efecto invernadero, pero también de las acciones de mitigación y adaptación que se implementen. Aún si los esfuerzos generales destinados a reducir las emisiones de carbono fueran intensificados, ciertas consecuencias aparecen casi como inevitables, por lo que la preparación a estos fines debería adquirir un papel central en una estrategia nacional.
¿De qué estamos hablando? Para situarnos, podemos mencionar lo siguiente:
- Aumento del riesgo de incendios.
- Pérdidas de ecosistemas en regiones ecodiversas, en bosques, áreas de montaña, humedales y zonas costeras.
- Modificaciones en la dinámica de demanda y producción de alimentos.
- Aumento del riesgo de daños resultantes de inundaciones, deslizamiento de suelos, sismos y otros eventos climáticos.
- Aumento de la incidencia de enfermedades transmitidas por vectores.
El cono sur de América meridional es la región subcontinental del planeta con una de las mayores alteraciones en la precipitación anual durante el siglo XX. El trastorno pluviométrico en la Argentina se ha intensificado en los últimos treinta o cuarenta años, coincidiendo con la aceleración del calentamiento global y con la ocurrencia de modificaciones en la circulación atmosférica regional.
En contraste con las implacables sequías de algunas zonas, otras áreas han comenzado a inundarse con frecuencia, inclusive algunas se confirman bajo estado de inundación permanente.
La elevación del mar es otro tópico crucial a tener en cuenta ante el derretimiento de la Antártida, pero no el único, ya que la erosión costera -por influjo del ascenso del nivel del mar y por el incremento de la energía y frecuencia de olas- es un elemento acumulativo de peso.
En el litoral atlántico argentino se hallan numerosos ejemplos de vulnerabilidad. Estos son críticos en Tierra del Fuego, Santa Cruz, Bahía Blanca, Bahía de Samborombón y potencialmente en el sector más poblado de Argentina, que es la zona baja de la Ciudad de Buenos Aires y municipios costeros del Gran Buenos Aires.
Las modificaciones de las condiciones marítimas presupone la mayor presencia de biotoxinas perjudiciales, que pueden llegar al ser humano a través de pescados y moluscos. Las algas productoras de toxinas a nivel continental y marítimo han comenzado a aumentar sus niveles en los últimos años, debiendo ser tema prioritario del ámbito académico- científico, especialmente si se trata de agua para consumo.
Adicionalmente, se puede estimar que ha habido una notoria variación en los regímenes hidrológicos de los ríos Paraná y Uruguay.
Todo esto puede acarrear pérdidas no sólo en ecosistemas costeros, sino también, por consecuencia, significativas mutaciones socioeconómicas y políticas, regionales y transfonterizas.
Un conjunto importante de enfermedades podrían expandir su área de incidencia; entre ellas se destacan las transmitidas por insectos, como el dengue, fiebre amarilla, malaria, SARS (síndrome agudo respiratorio severo), entre otros. También es probable que enfermedades típicas de una estación se presenten en otra, sumado a las mutaciones en los ciclos hidrológicos, que pueden facilitar la aparición de enfermedades emergentes o reemergentes, relacionadas con el uso y la disponibilidad de agua apta para el consumo humano, como el cólera o la diarrea.
Surge de manera evidente que la situación referida a los recursos hídricos de agua dulce, llegada a cierto punto, puede ser disparador de serios conflictos económicos, sociales y políticos, por su uso y disponibilidad.
El alcance de los impactos en la salud humana dependerá del tamaño, de la densidad y del estado sanitario de las comunidades. La pobreza y la presión demográfica, que suelen estar acompañadas por infraestructura y sistemas sanitarios inadecuados, constituirán limitantes para la capacidad de adaptación a las transformaciones por venir.
La reconfiguración climática puede afectar profundamente la seguridad de las personas. Ante eventuales catástrofes, podrían producirse grandes migraciones, con todo lo que ello implica en términos de reorganización general, especialmente en el nivel más básico de la supervivencia: agua y comida.
¿Cómo nos estamos preparando para los eventuales impactos del cambio climático global?
¿Estamos calculando y organizándonos para el requerimiento potencial global de alimentos que puede sobrevenir en un plazo no tan lejano?
¿Cuál será el impacto sobre los sistemas agrícola-ganaderos? ¿Qué sucederá con la producción nacional de proteínas de origen animal y vegetal?
¿Es necesario llevar a cabo un monitoreo permanente de inventario y disponibilidad de agua dulce, y de su variabilidad?
Por supuesto, no hay nada más que agregar, a esta altura del texto, el lector ya se dio cuenta: el medio ambiente es y merece ser reconocido -inmediatamente y sin dudar- como una prioritaria cuestión de Estado.