© by Ricardo Vanella, Strategic Positioning and International Marketing specialist
Alumnus IVLP
Ultimamente se puede apreciar, a través de los medios, que especialistas y figuras políticas de todo el mundo debaten acerca del proteccionismo y sus consecuencias, para algunos buenas y aconsejables, para otros evitables y negativas.
En el medio de todas las actividades laborales y domésticas, es probable que esto nos suene como una cuestión muy lejana, inclusive difícil de entender y hasta poco importante para nuestra vida cotidiana. Además, la sobreabundancia de opinólogos, no siempre colabora a la buena interpretación de la actualidad.
Por ejemplo, se habla hoy del “Compre Americano” (el “Buy American”), como una expresión inesperada, originada por esta nueva coyuntura que vivimos. Lógicamente, tratándose del mercado mayor comprador del mundo, cada cambio que se produce en su reglamentación, merece un especial análisis. Pero, en este caso particular, justamente, no hay ningún cambio. Al contrario de lo que muchos pueden creer, las leyes de “Compre Americano” (The “Buy American” Laws) no tienen absolutamente nada de nuevo.
En efecto, no se trata de una nueva normativa para bajar importaciones, surgida en estos días, por una inesperada necesidad económico-financiera; son leyes federales (nacionales), estatales (provinciales) y locales (departamentales y municipales), cuyo origen se remonta a casi 80 años atrás.
Todas surgen del Acta “Compre Americano” (The “Buy American” Act) aprobada por el Congreso de EE.UU. el 3 de marzo de 1933, que no tiene nada de muy especial: básicamente, requiere que, en caso de compras estatales, el Gobierno Federal adquiera productos hechos en EE.UU., tanto en el campo civil como militar.
No exije que el gobierno compre siempre el 100% de productos nacionales, pues por motivos de interés público o de precios no razonables (por ejemplo, por encima de un 12% más caros), se pueden adquirir productos importados. En este caso, el proveedor extranjero debe utilizar un determinado porcentaje de componentes fabricados en EE.UU..
Puesto que la mencionada acta nunca salió de vigencia desde 1933, nadie puede sentirse sorprendido por ella, ni puede justificar ninguna alarma o reacción especial a nivel internacional.
Las más fuertes medidas proteccionistas -léase cuotas de importación y barreras arancelarias- comenzaron en realidad a originarse mucho antes, a partir de 1880, en donde el proteccionismo se extendió al conjunto de los estados, quienes, para atenuar los efectos de las crisis, intervinieron cada vez más en las propias economías y se replegaron sobre sí mismos.
El período posterior a la primera guerra mundial y la gran depresión económica al final de la década del ’20, brindan ejemplos útiles para comprender hoy la importancia de tan encendido debate acerca del proteccionismo.
En 1929 el escenario económico mundial era sumamente grave; como reacción a dicha situación, a partir de 1930 las naciones elevaron sus aranceles de importación a valores extraordinariamente altos.
Al unísono, todos recurrieron a lo mismo: los estados tomaron control de las principales empresas -apostando a las grandes obras públicas para relanzar la economía- y crearon barreras muy fuertes al intercambio comercial, con lo cual el comercio internacional se terminó de derrumbar y la depresión económica finalmente se profundizó aún más.
El proceso de “cada cual por su lado” se fue acelerando; por supuesto las barreras ya no fueron tan sólo comerciales, el termómetro de la confianza entre los pueblos del mundo marcó muchos grados bajo cero, las cosas se complicaron de manera generalizada, y en 1938 la crisis hizo metástasis múltiples en la política internacional. El desenlace final es conocido por todos: el 1º de septiembre de 1939 inició la 2ª Guerra Mundial.
Después de esa guerra, justamente para recrear el comercio internacional, liberalizar el intercambio entre naciones e impulsar un gran flujo de comercio de bienes y servicios entre los distintos mercados, el 30 de octubre de 1947 se reunieron 23 países en Ginebra, Suiza, y firmaron la creación del GATT (General Agreement on Tariffs and Trade – Acuerdo General sobre Intercambio comercial y Aranceles). Ello generó luego, en 1995, una versión evolucionada: la actual Organización Mundial del Comercio, igualmente con sede en Ginebra, que reúne a 183 países entre miembros plenos y observadores.
Durante todo ese tiempo se trabajó arduamente en pos de la liberalización del comercio, para que prácticamente todos pudieran al menos intentar vender y comprar a todos, con el objetivo de generar riquezas. Si bien el comercio no significa necesariamente dormir juntos, en verdad se hicieron grandes progresos en este campo en pos de la prosperidad mundial.
41 años más tarde, en el año 2008, acontecieron una serie de sucesos, y aquí nos encontramos, debatiendo nuevamente sobre las virtudes y defectos del proteccionismo.
Será provechoso que el G-20 y el resto de la dirigencia mundial vuelva a consultar -por enésima vez, si fuese necesario- los libros de historia y economía-política, pues proteccionismo y librecambio se han ido sucediendo recíprocamente y pareciera que hemos estado, finalmente, navegando en círculos.
Ganar el debate, por ende, no es tan importante como lo es la generación de conceptos innovadores y soluciones creativas, para poder acordar una nueva y más efectiva coordinación global.
Las últimas reuniones del G-20 intentan renovar esperanzas; aunque, por lo que reflejan las decisiones implementadas posteriormente, queda aún flotando ese pequeño e íntimo desconcierto que siempre produce -en cualquier circunstancia, lugar y momento- toda sensación de déjà-vu.