CAMBIEMOS DIVISION POR INTEGRACION
por Mariano Obarrio (IVLP, Argentina). Periodista; Cordinador de la Red de Integración Social y Estratégica RISE.
Los argentinos hemos tenido una tendencia a aplicar políticas y discursos violentos, sectarios, maniqueos. Que apelan a la división desintegradora y corrosiva en cada uno de los conflictos que abordan. Así las soluciones que se encuentran a cada problema no pueden sino dejar siempre heridos, resentidos, causas judiciales interminables, perdedores, y/o efectos secundarios no deseados que suelen ser más perjudiciales que las enfermedades que se pretenden sanar.
Por ese motivo, todas las políticas oficiales parecen poco sustentables en el tiempo, condenadas a desvanecerse en el corto o mediano plazo. Ergo, se vuelve imprescindible la perpetuación en el poder para muchos: de otro modo, saben, el modelo divisionista, se declararía terminado. El poder perpetuo, en cambio, garantiza un menú infinito de parches para mantener vivo el relato.
Este modelo está agotado. Lo demuestran la inseguridad, pobreza, la marginalidad de los jóvenes en la calle, el abandono, la falta de energía, el colapso del transporte, el déficit de Aerolíneas, la economía inflacionaria, el déficit fiscal, la emisión, el caso Ciccone, el rojo comercial, la caída en la industria, la menor la construcción, el empleo en peligro, las provincias quebradas y emitiendo deuda, los municipios en riesgo de quebranto, las sanciones comerciales, el aislamiento del mundo, el descenso en los niveles educativos, la lista es muy larga…
Y el modelo está agotado… pero no por «exitoso», como dijo alguna vez Eduardo Duhalde respecto de la Convertibilidad. Sino por haber pretendido levantar las banderas de lo «nacional, popular y democrático» dejandosiempre afuera a la mitad de los argentinos, atacándolos, discriminándolos, humillándolos. Una mitad gobierna contra la otra. Un método que además de poco inteligente, es suicida en el mediano plazo.
El único gran cambio ocurrirá cuando en la Argentina se gobierne con el paradigma de la integración en todas sus formas: del reconocimiento del otro, del que piensa diferente. Con una conciencia cabal de la libertad, la justicia y del valor inmenso de la verdad. De la unidad en la diversidad. Para el régimen reinante, la «unión nacional» significa disciplinamiento al jefe. En realidad, la unidad debe partir de una diversidad enriquecedora, generosa, complementaria, solidaria, constructiva. Y esa unidad debe ser una voluntad previa e inquebrantable.
La integración debe ser de unos con otros, de industrias con el campo, de empresas con sindicatos, de políticos con periodistas, de izquierdas con derechas, de conservadores con liberales, de trabajadores con instituciones educativas, religiosas, organizaciones civiles, fuerzas de seguridad, militares y estudiantes universitarios. De unas regiones con otras y del país con el mundo.
El único modelo exitoso será aquel en que todos ganan gracias al otro y no a costa de él. ¿Es imposible, idealista, ingenuo? De ninguna manera. Además, es necesario. Imprescindible. Y es estratégico. La división es un juego de táctica para ganar poder a corto plazo. Es transitoria, fugaz… La integración es estratégica. Permanente, como los intereses de la Nación.