COMPORTAMIENTO, CIBERNETICA Y SOCIEDAD
© by Ricardo Vanella (IVLP, Argentina). Strategic Positioning and International Marketing specialist.
Envueltos en un torbellino sin escalas, con los cinco sentidos materiales bajo fuego continuo y con los cinco sentidos apreciativos (el sentido Humanitario o Filantrópico; el sentido Moral; el sentido de la Estética; el sentido Intelectual; y el sentido Religioso) asediados por la brutalidad del vacío, el ser humano se encuentra con terminales de acceso disminuídas.
Los órganos sensoriales son los que específicamente reciben estímulos del exterior y transmiten impulsos hasta el sistema nervioso central, donde se procesa y se genera una respuesta. La naturaleza de la respuesta está determinada por el tipo de estímulo y por la capacidad de procesamiento, la cual depende también de la información genética del individuo, su educación y su entorno.
Este sistema de estímulo-proceso-respuesta-retroalimentación está presente en toda la naturaleza, tal como surge de las investigaciones médicas/fisiológicas del doctor Rosenblueth, en colaboración con el matemático estadounidense Norbert Wiener y su equipo de investigadores del Massachussetts Institute of Technology. Durante el verano 1947-1948, Norbert Wiener publicó su explicación completa, al momento de aplicarlo a la teoría de los mecanismos de control, que denominó “Cibernética”.
Así como de uvas inadecuadas y de un erróneo proceso de fermentación no se puede obtener un buen vino, tampoco se pueden obtener comportamientos equilibrados en aquellas sociedades cuyos elementos se encuentran inestables.
Las cinco ventanas sensoriales son puertos de entrada de información (de informar = “dar forma”) que influye en el comportamiento individual y social; de allí que su gestión no sea un tópico carente de relevancia. Si colocamos al ser humano en un entorno de sobre-estimulación, llevándolo a un estado de sobre-utilización de sus sentidos materiales, su equilibrio puede desarticularse, astillándose su personalidad en comportamientos estridentes, agresivos y disociantes.
Friedrich Nietzsche, filósofo alemán del siglo XIX, señala que “Lo que le importa mayormente al hombre moderno no es más el placer o el displacer, sino el estar excitado”. Es un tránsito similar al de “Superhombre al Hombre Superexcitado” que vuelve a mencionar el filósofo francés Paul Virilio.
La fuerza contundente que tienen esos verdaderos torrentes de sensaciones materiales que pueden provenir de un contexto de sobre-estimulación, expresan un fortísimo potencial de desequilibrio en los seres humanos, más aún cuando éstos carecen de puntos de referencia claros (landmarks).
El órgano de la vista -privilegiado puerto de entrada al cerebro en nuestros días- impulsa naturalmente al individuo hacia lo que ve; el permanente “no alcanzar, no llegar”, representado, por ejemplo, por la diferencia entre sus capacidades y los modelos inaferrables que se le proponen, pueden producirle una subyacente frustración que, retroalimentándose según el principio cibernético, desemboca en situaciones de oscilación e inestabilidad casi constantes.
Una sobredosis de impactos provenientes del entorno que penetran indiscriminadamente por los cinco sentidos del humano desprevenido y desprovisto, pueden fracturar su personalidad y debilitar su inteligencia (del latín intelligere = “entender”).
Un sistema estridente vuelca su desequilibrio sobre los sentidos en muchas formas; el martilleo constante de estímulos enceguese, ensordece e invade el centro del individuo, su conciencia, su inteligencia, enfermándolo, tanto a nivel personal como colectivo.
La estabilidad, que está dada por un equilibrio en la relación centro/extremos, es solamente lograble en grados y debe nutrirse también del conocimiento y gestión, justamente, de los “puertos de entrada” del sistema sensorial. Ello permite ser vigilantes para mejor administrar la utilización y aplicación de los sentidos, a invertir su uso o a desinvertirlo; en suma, a dosificarlo en función de lo que la persona advierte en el entorno y en sus sub-ambientes.
La sensación de decadencia general que muchos expresan sentir, puede ser representada por un sistema que – siguiendo la inexorable secuencia cibernética descripta magistralmente por Wiener (input-processing-output-feedback) – insume mediocridad, la procesa, la produce y se retroalimenta con ella.
Cuando Wiener buscó el término para definir su teoría sobre el control y comunicación en animales y máquinas (basado, entre otros, en el trabajo del Prof. Aiken, creador en 1938 de la primera calculadora electromecánica Mark 1), eligió “cibernética”, proveniente del griego “kybernēeēs” o “kybernetes”, que significa “timonel” (governor). Ya Platón -a caballo de los siglos IV y V a.C.- había utilizado el mismo término, aplicado a los comportamientos humanos; de hecho, los timoneles dirigían los grandes barcos en la antigua Grecia, contra vientos y tempestades, todos ellos elementos impredecibles, como es impredecible gran parte de la realidad. Pero quedaba en el individuo que operaba el timón la posibilidad de conducirlo con destreza y realizar las maniobras correctivas adecuadas para alcanzar la señal emitida por un punto de referencia, a fin de recuperar el rumbo alterado.
Ortega y Gasset, filósofo español (1883-1955) se despachaba diciendo que: «…Así se explica y define el absurdo estado de ánimo que esas masas revelan: no les preocupa más que su bienestar y al mismo tiempo son insolidarias de las causas de ese bienestar. Como no ven en las ventajas de la civilización un invento y construcción prodigiosos, que sólo con grandes esfuerzos y cautelas se puede sostener, creen que su papel se reduce a exigirlas perentoriamente, cual si fuesen derechos nativos. En los motines que la escasez provoca suelen las masas populares buscar pan, y el medio que emplean suele ser destruir las panaderías. Esto puede servir como símbolo del comportamiento que en más vastas y sutiles proporciones usan las masas actuales frente a la civilización que las nutre».
El planeta está transitando por tiempos de cambio que, como siempre en estos casos, presentan oportunidades y amenazas, justo como para revolver trastos viejos y estropeados, para replantearse y renovar algunos paradigmas.
Tal vez sea una cuestión de vigilancia, y no tan sólo de ignorancia. Mientras haya alguna mínima posibilidad, por supuesto que no todo está perdido, y consecuentemente, queda mucho por hacer. El individuo, al fin de cuentas, tiene más reponsabilidad sobre su propio destino de lo que él mismo cree. Quizás Benjamín Disraeli (escritor y experimentado político victoriano) tenía razón: “El hombre no es hijo de las circunstancias; las circunstancias son hijas de los hombres”.