NARCISARQUIA: ¿Liderazgo o Vanidad?
by Ricardo Vanella, Strategic Positioning and International Marketing specialist
Alumnus IVLP
Cuando se habla de mitos en nuestros días, la gente se suele referir a personajes de gran importancia que se idealizan y se convierten en modelos.
Para los antiguos, los mitos tenían una vinculación directa con la realidad, pero en otro sentido. En su origen, todos los mitos servían para dar una explicación verosímil a los fenómenos naturales y cósmicos: el ciclo de las estaciones, el del día y la noche, los acontecimientos históricos, los comportamientos humanos, etc.
En los relatos de la antigua Grecia -más precisamente, en la mitología griega- se habla de Narciso, un muchacho de singular belleza que, según el oráculo, viviría mientras no contemplase la propia imagen.
Resumiendo la historia, Narciso es tan bello que, al ver el reflejo de su semblante en el agua de una fuente, se enamora de sí mismo. Por más que intenta besar la imagen, no lo logra; desesperado por no poder atrapar su propio reflejo, enloquece y encuentra su fin.
Este mito ha servido por siglos y hasta nuestros días inclusive, para explicar el paradigma del egocentrismo y de la vanidad. Esa misma vanidad que deriva del latín “vacío” o “hueco” y que fue representada en la Edad Media mediante las figuras del príncipe del mundo y el reloj de arena, simbolizando el carácter efímero de todas las cosas terrenales, incluyendo el poder.
Toda sociedad necesita líderes que la dirijan; así ha sido, es y será. Los líderes deben dirigir la sociedad para el bien común, que debería ser también el de sí mismos; para ello se requiere la capacidad de apreciar al prójimo y de valorar la existencia ajena, inclusive la de los que no se nos parecen, física y/o mentalmente.
El egocentrismo y la vanidad pueden disfrazarse de liderazgo, pero es narcisismo; y se expresa a través de todos aquellos que buscan el poder solamente para besar su propia imagen.
Los dirigentes son representantes y, como tales, actúan en nombre de la colectividad o entidad que los designa. Quienes tienen la responsabilidad de elegirlos deben encontrarse, pues, en condiciones de discurrir en profundidad sobre sus delegados, para no tomar por sabiduría las bellas apariencias.
No todo lo que brilla es oro: Narciso era sumamente bello, pero no sabio.
Como se interpreta en el Eclesiastés (escrito en el siglo IV o III antes de Cristo), quizás sea mucha pretensión pensar que el hombre pueda resolver -en su totalidad y para siempre- las tensiones y conflictos que aquejan a la humanidad. Conscientes de ello, sabemos que todo personaje que se autoproclama enfáticamente como “lo-sé-todo/solucionador absoluto”, solo está pavoneando; se podría decir, de nuevo, que está focalizado exclusivamente en besuquearse a sí mismo.
Si usted fue, es o desea ser una autoridad, jefe o director, la pregunta es la siguiente: ¿Por cuál motivo, con qué fines se convierte usted en Líder? ¿Siente el impulso de hacer, de construir, para sí y también para los otros? ¿O bien sólo está sediento de admirar su propio rostro reflejado en la fuente de la vanagloria?
Subirse al caballo de la arrogancia potencia la vanidad, embriagando el entendimiento y nublando las decisiones. Con la complejidad de los tiempos que corren, sanar el narcisismo en los dirigentes vanos -de todos los tintes, en todos los ámbitos, en todos los niveles y en todo el mundo- es una de las claves para plasmar esa maravillosa y añorada condición de comunidad de animales racionales.