Desde la perspectiva de una nación latinoamericana -y partiendo de la referencia del Atlas Comparativo de la Defensa en América Latina y Caribe, Edición 2012- podemos observar que, si bien existen matices entre los distintos países de la región, en términos generales, la Defensa es la integración y acción coordinada de la nación a través del empleo de las Fuerzas Armadas (ya sea de manera efectiva o disuasiva) para garantizar su soberanía e independencia, ante agresiones de origen externo. Mientras que la Seguridad, siempre desde lo extrictamente nacional, analizada y entendida como Seguridad Interior o Seguridad Pública, apunta a resguardar la libertad y la vida de los habitantes de la nación, sus derechos y la vigencia de las instituciones definidas por su Carta Magna y leyes que de ella se desprenden; y lo hace a través del sistema de Justicia y la Fuerza Policial. Esta separación – que es complementaria- del poder monopólico legítimo de la violencia, es la más generalizada en América Latina, en donde de dieciocho países analizados en el Atlas Comparativo, son catorce los que confirman esta posición y cuatro los que, por distintos motivos específicos, no trazan una nítida separación.
Héctor Saint-Pierre se refiere (en el documento de análisis «Fundamentos para pensar entre defensa y seguridad», GEDES-UNESP, 2012) a antropologías filosóficas que hablan de un pacto social, en donde las personas abdican de su autoprotección a favor de una tercera entidad (hoy Estado) por sobre ellos mismos, para ser protegidos por ella, quien asume así el monopolio legítimo de la violencia, reconfigurando el estado de naturaleza descripto por Thomas Hobbes en 1651. En esa línea, viene inmediatamente a la mente la figura de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), quien asimismo especuló -en relación al origen de las diferencias entres las personas- indicando una instancia inicial en la que alguien dijo por primera vez Ceci est à moi («Esto es mío»). Este impulso centrífugo/expansivo del ser humano, se ve plasmado también en las unidades políticas que los reúnen: la interacción entre las diferentes naciones en la arena internacional. Ello coincide con lo expresado por Carl Shcmitt (filósofo jurídico alemán contemporáneo, adscrito a la escuela del realismo político), en cuanto esa pluralidad de naciones, con valores e intereses diversos, pueden entrar en guerra cuando dichos valores e intereses son contradictorios y excluyentes. Dicho fenómeno se verifica desde los orígenes más lejanos de nuestra especie, que siempre se ha confrontado -con distintos medios y herramientas- a la realidad de la violencia armada. «El crimen de Caín, asesino de su hermano Abel, es el preludio simbólico de la continuación ininterrumpida de conflictos y guerras que oponen a los individuos, las familias, los clanes, los pueblos y las naciones», expresa el Almirante francés Pierre Lacoste, en su capítulo Una humanidad modelada por la guerra (en la obra «Le pari d’un Gouvernement mondial», A2CMEDIAS, 2011).
En el tablero internacional se pone de manifiesto esa dinámica acción-reacciónintersubjetiva entre los países, considerados estos tanto invidualmente cuanto por conjuntos de afinidad escrita y/o consuetudinaria. En la búsqueda de compensación y equilibrio de magnitudes inter-naciones se va formando y cristalizando el derecho internacional.
Por otra parte, la Seguridad Interior, como dijimos también denominada Seguridad Pública, es el empleo de ese mismo monopolio legítimo de la fuerza por parte del Estado, pero destinado a proteger al ciudadano y conservar el orden. Se trata de una «gerencia» diferente, de otra unidad estratégica, y como tal, también debe tener estructura, normativa y presupuesto propios, y un comando específico, centralizado y especialmente dedicado. Mientras en la Defensa, las Fuerzas Armadas se emplean para disuadir, anular o suprimir al enemigo externo, en la Seguridad Interior, la Justicia y el Sistema Policial se aplican a mantener el orden y reprimir lo que se encuentra fuera de la Ley, despolitizando la decisión de violencia legítima; en este caso, según el análisis de H. Saint-Pierre en el citado artículo, «no hay compatriotas enemigos».
Hasta aquí, las diferencias conceptuales pueden ser claras. Sin embargo, en la realidad cotidiana las fronteras podrían ser más difusas y los sistemas no tan lineares, ni las variaciones necesariamente proporcionales.
En efecto, el contexto planetario actual exhibe una intensa interconexión de países / mercados / stakeholders, una marcada tendencia a la interferencia y a la fragmentación, con tecnologías avanzadas accesibles y disponibles de manera capilar, y el costo de ciertos armamentos letales en disminución. Sumemos a todo eso, el cambio climático y las catástrofes naturales; la gran concentración demográfica en centros urbanos (con sus implicancias específicas, entre ellas, las potenciales pandemias y la mayor vulnerabilidad); flujos migratorios no controlados; profundización de la brecha entre ricos y pobres; hambre y miseria; corrupción generalizada; los problemas presupuestarios nacionales e internacionales; el narcotráfico de alta rentabilidad; el crimen organizado con transversalidad geográfica y sectorial, y su creación de sinergias -hasta la integración vertical y horizontal- con movimientos político-terroristas, regionales y extrarregionales.
Por tal composición de escenarios, es comprensible que en el mundo actual se perciba una sensación de apnea general, en espera de que suceda nadie sabe bien qué ni cuándo. Y allí nace el verdadero valor -más allá del gusto intelectual- de diferenciar Defensa y Seguridad Interior. Como bien señala Raúl Benítez Manaut (UNAM – CASEDE) en el Documento de Análisis, surge en algunos lugares de la región una tendencia a resolver problemas de seguridad interna con las Fuerzas Armadas; y ello se encuentra potenciado «por las debilidades institucionales de las policías», entre otros factores de peso. La cuestión no es menor, ya que el enfoque de las Fuerzas Armadas hacia el enemigo externo no es el mismo (ni debe serlo) que el de la Policía hacia el orden interno.
Por un lado, esto puede dar lugar a la manipulación por parte de gobiernos que, a los efectos de entronizarse en el poder, acudan a la utilización interna de las Fuerzas Armadas bajo el argumento de que «el enemigo externo» es ahora el ciudadano mismo.
Pero, por otro lado, si las nuevas amenazas no tienen distintivos, ni banderas, ni rostros, ni fronteras, y en la práctica avanzan capilarmente en la ocupación de territorio al interno de los países… ¿Quién podrá repelerlas con legítima violencia efectiva?
Se dice que el primer deber de los gobernantes es prevenir la guerra, pero que «… la Historia enseña que, cuando todas las medidas de prevención han fracasado, sólo la fuerza puede hacer ceder la violencia. El derecho internacional reconoce la legítima defensa. Las fuerzas armadas nacionales, respetuosas del derecho de la guerra y del derecho en la guerra, siguen siendo los inevitables auxiliares de los poderes legítimos» (Pierre Lacoste, op. cit.).
El mayor desafío es, entonces, cómo enfrentar -con la fuerza legítima y con la efectividad necesaria- a enemigos sin himnos, distintivos ni banderas, sin dejar de lado las leyes y valores constitutivos de las repúblicas ni las prácticas democráticas genuinas. A estos fines, es muy importante distinguir Defensa de Seguridad Interna, y también «fortalecer la doctrina democrática de las relaciones civiles-militares y cooperación e integración…», como expresa R. Benítez Manaut en el citado artículo. A lo que cabría agregar el desarrollo de una nueva forma de Liderazgo, donde calidad y excelencia tengan un rol destacado, introduciendo métodos de medición de resultados y la aplicación de premios y castigos, a fin de impulsar responsabilidad, cumplimiento y mérito.
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